Polifonía marroquí
Archivado en: Cuaderno de lecturas, Serie Gong, Azul
Azul es uno de los nombres con los que se conoce a Chauen, la cautivadora ciudad de las estribaciones de las montañas del Rif, entre Tánger y Tetuán, por el color azul, predominante en el encalado de sus casas. Y Azul también es el título de la polifonía marroquí, que al cabo vienen a ser los relatos reunidos por Augusto F. Prieto -crítico de arte y de literatura en El correo de Andalucía- en su primer título para serie Gong. "Polifonía", por así llamar al mosaico de evocaciones del país vecino que conforman estas páginas, todas ellas plenas de esa fascinación que ha ejercido y ejerce el reino alauita en sus antiguos colonos europeos, españoles y franceses, principalmente. Pero también argentinos, irlandeses y el resto de los cautivados por el encanto del Magreb.
Alfabeto árabe
Cada una de estas piezas toma su título de una de las letras del alfabeto árabe y, tras cada uno de dichos grafemas, se nos descubre una nostalgia diferente de un país que, por su cultura islámica, resulta mucho más lejano de lo que el vecino del sur está en realidad. Contra esta distancia espuria parecen clamar las páginas de Augusto F. Prieto quien, como tantos autores de otro tiempo -se impone recordar a Juan Goytisolo y Paul Bowles-, muestra una simpatía infrecuente en estas fechas por Marruecos.
Historia convulsa
Desde ese fragmento del bando general de expulsión de los moriscos, dictado por el duque de Lerma el 22 de septiembre de 1609 -que a modo de penúltima cita se incluye al final del texto-, hasta nuestros días, el autor traza una historia de encuentros y desencuentros. Desde los españoles que asistieron al fin del protectorado en 1956 -cuya historia nos es referida, a través de la experiencia de unas colonas, una madre y sus dos hijas, que han de trasladar los restos del difunto padre y marido a un cementerio católico, a un verdadero camposanto, porque los muertos no se pueden quedar "en tierra de moros"- hasta la fascinación que causa Chauen en dos jóvenes paradas vascas de los años 90, que rendidas, como todos los protagonistas de Azul ante el encanto marroquí, deciden instalarse allí y abrir uno de los primeros albergues alternativos del lugar.
Desgarro personal
No falta en esta polifonía, en este caleidoscopio de evocaciones, la de la víctima de un asesinato. Así, Alif, título tomado del primer grafema del alifato, el equivalente a la "A", es el relato donde se nos cuenta la historia de Adolfo Retamares, un anciano que acaba de ser asesinado por uno de los jóvenes prostitutos a los que llevaba a su piso/pensión de Tánger. Cuando las cosas que fueron suyas acaban en los mercadillos de la ciudad, Ibrahim -otro joven, con quien el finado siempre fue bueno, ayudándole a "ganar algún dinero" y enseñándole sus primeras palabras en español cuando llegó a Tánger desde el sur del país- comienza a leer los distintos asientos del dietario de su benefactor.
Mise en abyme
André Gide, a quien a buen seguro hubiera hecho feliz este texto, acuña en su Diario (1889-1939) un término que define a la perfección la técnica de Azul, lo llama Mise en abyme (puesta en abismo). Es aquel procedimiento narrativo -semejante a las matrioskas, esas muñecas rusas que guardan una igual en su interior, o a las distintas capas de la piel de una cebolla- consistente en imbricar dentro de una narración otra similar o de la misma temática. De esta forma -una lectura dentro de otra lectura, se refiere al lector de Alif la historia de Retamares. Hijo de una mujer, que al enviudar comenzó a servir en un burdel de Málaga, descubrió su verdadera sexualidad -adolescente aún- la noche que compartió su cama con un marroquí que iba a luchar junto a los españoles, contra los suyos, en las primeras batallas de la guerra de África. A raíz de aquel descubrimiento, Adolfo Retamares cruzó el Estrecho y acabó convirtiéndose, él y su casa, en toda una institución en la entonces ciudad internacional de Tánger.
Orientalismo
Leído Alif bien pudiera parecer que estamos ante un texto en la estela de los títulos tangerinos de Paul Bowles. Sí y no, cabe decir descubierto el conjunto de esta polifonía marroquí. Sí porque la fascinación de Prieto y Bowles por Marruecos es muy semejante. Pero también no, porque Prieto no solo se muestra inspirado por una inquietud personal. Muy por el contrario, prima en él un afán colectivo, caleidoscópico, que hace que su orientalismo -culturalmente Marruecos es Oriente pese a su tímida occidentalización y su proximidad- resulte más cercano al de Lawrence Durrell de El cuarteto de Alejandría (1957-1960), como es sabido inspirado a través de la misma historia en un mismo tiempo en esta ciudad egipcia a través de los mismos hechos desde las perspectivas de cuatro personajes diferentes: Justine, Balthazar, Mountolive y Clea.
El caleidoscopio de Prieto es más grande pues abarca a diversas ciudades, y muchos más personajes, de todo un país. Pero ese afán de multiplicidad es el mismo en ambos escritores.
El verdadero narrador
Ya al final del texto -profusamente ilustrado, por cierto-, en la cita final, se nos descubre que el narrador bien pudiera haber sido Sherezade -aquí Sahrazad- tras finalizar el relato de Las mil y una noches. No hay duda, Augusto F. Prieto nos propone una mise en abyme oriental.
Publicado el 31 de mayo de 2022 a las 23:30.